Darío de Regoyos
Darío de Regoyos y Valdés
(Ribadesella, Asturias, 1 de noviembre de 1857 - Barcelona, 29 de octubre de
1913) fue un pintor asturiano considerado el mayor exponente impresionista de
la pintura española.Destaca por su capacidad de representar diferentes y
originales efectos lumínicos y atmosféricos en sus paisajes y por su percepción
de la España sombría que vivió.
Nace en el concejo asturiano de Ribadesella. No obstante, se
encuentra allí por el trabajo de su padre, Darío Regoyos Morenillo, natural de
Valladolid e importante ingeniero y arquitecto. En su juventud, se trasladarían
a Madrid nuevamente por motivos laborales del padre, donde llevaría a cabo
numerosas obras por la capital y es elegido Académico en Bellas Artes de San
Fernando. Tras la muerte de su padre, Darío se matricula en la asignatura de
Introducción al paisaje de la Academia de San Fernando, atendiendo a los deseos
de este de sucederle en la carrera arquitectónica. Allí recibirá clases del
pintor español, de origen belga, Carlos de Haes, que es conocido por inducir en
sus alumnos a las experiencias pleinairistas en sus bocetos. En el año 1879
Darío de Regoyos toma la decisión de viajar a Bruselas por diversos motivos.
Entre estos, se encuentra su deseo de acompañar a sus amigos Isaac Albéniz y
Enrique Fernández Arbós, que iban a ser galardonados por el Conservatorio Real
de Bruselas con “Distinción” y “Excelencia”, respectivamente. Pero sobre todo,
subyace un deseo de reencontrarse con la modernidad artística de la que el
ambiente artístico español se encontraba más alejado y sometido a una
jerárquica tradición académica.
Allí, recibirá clases del que se convierte en su verdadero
maestro, el pintor belga Joseph Quinaux.2 A los ojos de Regoyos se extiende un
país en el que el desarrollo económico, culturas y político llegan a todos los
ámbitos y donde confluyen ideas caracterizadas por un creciente espíritu
crítico y movidas por una intención de progreso.
De esta forma, surge el grupo de L’Essor, traducido como El
Vuelo, en el año 1876 y al cual Darío de Regoyos se une en el año 1882. Este se
encontraba conformado por un heterogéneo grupo de artistas, seguidores de
diferentes estéticas, y cuyo objetivo común era una negación del neoclasicismo
como corriente artística imperante y el nexo existente entre el arte y el
academicismo. No obstante, por su preferencia por los artistas realistas frente
a vanguardistas, así como su falta de programación Darío de Regoyos abandonará
L’Essor en 1884, habiendo expuesto solo junto a ellos durante los años 1883 y
1884. A este período le corresponde el retrato realizado por Theo van
Rysselberghe, también miembro de L’Essor, donde aparece Regoyos tocando una
guitarra.
Entre los que habían decidido, por las causas nombradas,
acabar con su participación en L’Essor, promovido por el abogado y pintor
Octave Maus y el mecenas y escritor Edmond Picard, nace en el año 1883 el grupo
denominado Les XX. Este grupo, el cual presenta veinte miembros (once miembros
fundadores y nueve invitados) que a su vez, se hacían llamar veintistas, estaba
conformado por otros artistas como James Ensor, Theo van Rysselberghe o Fernand
Khnopff. Esta organización tenía como objetivo promover una exposición anual,
en las que cada artista presentaría seis obras, que al no existir jurado, niega
o suprime la competición entre ellos. Todo esto sería, finalmente, acogido por
un catálogo, así como un simultáneo ciclo de conferencias y conciertos. Entre
los invitados a estas exposiciones figuran nombres inscritos en lo más alto del
desarrollo impresionista, como Paul Gauguin, Camille Pissarro o
Toulouse-Lautrec. Ese mismo año, Darío de Regoyos decide volver a pasar los
meses del estío en Guipúzcoa, que con los años acabaría por convertirse en su
residencia permanente. Como se señala en España Negra, en su casa del camino de
Ategorrieta, cerca de San Sebastián, fue anfitrión de Pío Baroja, con quien
congenió. De estos viajes, se destaca su creciente relación con artistas vascos
de formación francesa, como Ignacio Zuloaga, Paco Durrio y Pablo Uranga. Junto
con ellos, se afanará el pintor en promover exposiciones de carácter colectivo
como las llevadas en Bélgica, La sociedad de artistas vascos, guardando las
diferencias de estilo y de peso económico.
En 1888, Darío de Regoyos le escribe una importante carta al
que había sido su amigo casi desde los comienzos de su estancia en Bruselas, el
poeta Émile Verhaeren, a causa del fallecimiento de su padre. Le invitaba, en
la misiva, a realizar juntos un viaje por España, del que nacería el libro La
España Negra. Este comenzará en Guipúzcoa y se visitó, por este orden,
Guetaria, Zarauz, Renteria, Pamplona, Madrid, Ávila y finalmente Burgos. No
obstante, en primer lugar sólo se publicaron las observaciones de Émile
Verhaeren, en la revista L’Art Moderne, bajo el nombre Impresions d’artiste. No
es hasta su publicación en la revista Luz fundada por el propio pintor, cuando
recibirá el nombre de La España Negra, con la ampliación de esta con
ilustraciones xilográficas y una serie de textos realizados por él mismo. Son,
sobre todo, las aportaciones de Darío de Regoyos las que posicionan este libro
como una obra crítica con la España del momento, y el que además, decide
finalmente añadirle el calificativo de negra. Las obras sobre esta España
pueblerina, tradicional y en su mayoría, controlada por la religión, se
caracterizan por una búsqueda latente por la expresión, y unas ideas que le
acercan a la que será la Generación del 98. No obstante, esta cercanía no se
basa, exclusivamente, en la idea trágica sobre España que plantean estos
autores, sino la forma de vivir y ver el paisaje, donde predominan las ciudades
crepusculares, la sensación de ruina, y de ser intercambiables entre ellas.
Los problemas de salud de su mujer, con la que había
contraído matrimonio en el año 1875, y los suyos propios, van a empezar a
complicar la vida del pintor, que hasta el momento se mantenía en una situación
acomodada. Padre de seis hijos, multiplicaría por esta causa, y para poder
financiar los cuidados que requería su familia, su participación en certámenes
de pintura sin gran éxito. Es en este momento, cuando su anterior amistad con
Camille Pissarro, le une al marchante Paul Durand-Ruel, que comercializará
progresivamente su obra. Gracias, además a Pisarro, retoma su afán de
convertirse en un gran paisajista, probando esta vez las técnicas puntillistas,
que le convierte en el único español que llevará a cabo esta técnica. No
obstante, al ser una técnica pictórica que emplea mucho tiempo para su realización,
acaba por ser abandonada por el artista.
Vuelve, así, a sus rápidas pinceladas y a pintar en su
mayoría al aire libre a partir de 1900, durante un nuevo viaje por España en
busca de diferentes paisajes. Esta serie de pinturas aumenta ligeramente su popularidad.
A este período pertenece el popular cuadro de La Concha, realizado
aproximadamente en 1906, donde consigue en un impresionismo maduro un
equilibrio perfecto entre las tonalidades verdes, ocres, malvas y azules y en
su composición. En 1909 se traslada a Guecho y recibe los cuidados del médico
Juan Antonio Gádiz, dado su cada vez peor estado de salud. Por estos mismos
motivos, se traslada a Barcelona, donde es diagnosticado de cáncer de lengua, y
donde pasa sus tres últimos años de vida habiendo ya perdido la capacidad de
hablar. El 29 de octubre de 1913 muere en Barcelona a causa de esta enfermedad.
Darío de Regoyos, sin embargo, por su gran amor al paisaje y a la pintura, no
dejó de pintar hasta el final de sus días, valiéndose de sus anotaciones como
inspiración para nuevas obras. En Bélgica, donde fue, finalmente, más
reconocido, se instala una exposición en su honor por la asociación La Libre
Esthétique, promovida por su director Octave Maus.
En la pintura de Regoyos, no cabe duda de que lo primordial
en lo representado son la luz y el color. Además, en su pintura, se advierte un
creciente simbolismo, en donde prácticamente todos los elementos responden a
una idea mayor, en forma de metáfora. Como pintor, es indudable que poseía una
gran curiosidad, con la cual fue capaz de dejar de lado el naturalismo y
adentrarse en el impresionismo, ignorado en España, e incluso superarlo, con el
puntillismo y pre-simbolismo. Llega por tanto, a ser más atrevido que pintores
contemporáneos como Sorolla o Ignacio Zuloaga. Su dibujo resulta un tanto
primario, casi naif, en contraste con un colorido vivo de gusto internacional,
que entonces era mayoritariamente denostado en España. Existe una amplia
muestra de su arte en el Museo de Bellas Artes de Bilbao, el MNAC de Barcelona
y el Museo Carmen Thyssen de Málaga.
Si se intentase dividir su pintura por etapas, habría que
centrarse en el concepto, más que en el método, para encontrar diferencias.
Como dos grandes categorías la pintura de Regoyos puede entenderse como en
ocasiones íntima y en otras, crítica y expresiva. Habría que destacar también
que fuera de estas, se encuentran varios retratos y un autorretrato en su obra.
En la primera, la pintura estará supeditada a la consecución de un instante, de
un recuerdo o de una impresión de la naturaleza. De esto, es ejemplo obras como
Recogiendo fresas, Pino de Bejar, o El gallinero. La paleta aquí, es clara, de
colores suaves o a veces, artificiales. En la segunda se mantiene siempre
crítico, con una visión desgarrada de la realidad y donde alcanza el
expresionismo.
Es en su etapa madura como pintor cuando se adentra en el
plenairismo. Ejemplo de esto son Paisaje de Hernani fechado hacia 1900, donde
se muestra una vista panorámica de esta localidad al atardecer, con las luces
doradas que bañan las pequeñas casas y el puente viejo, enmarcados por el monte
Adarra. El paso del tren, hacia 1902, muestra el paso de éste cerca de San
Sebastián, en Ategorrieta. Esta etapa pictórica podría resumirse fácilmente en
las palabras del propio pintor en la revista francesa Mercure de France en
1905: “Si volviera a comenzar mi vida,
volvería a utilizar una paleta clara, sin tierras, sin negros, y sólo haría
paisaje, entregándome por completo a las impresiones que recibiera de la
naturaleza”.
Tenemos como ejemplo un cuadro donde el artista consigue
plasmar el movimiento del mismo sin necesidad de pintar la locomotora,
simplemente sirviéndose del humo que ésta dejó a su paso. Los colores son
apagados, acorde al clima sombrío vasco. En Los almendros en flor Regoyos
organiza el cuadro en frisos horizontales, empleando el [puntillismo] para
plasmar la naturaleza del campo. Aunque el protagonismo es del paisaje, Regoyos
introduce siempre en estas obras figuras humanas que se integran perfectamente
el paisaje, destacando especialmente en Los almendros en flor la sombrilla roja
de la mujer que pasea por el campo. Todos estos ejemplos se encuentran
expuestos actualmente en las salas del Museo Carmen Thyssen Málaga.
Artistas españoles posteriores le tendrán como referencia,
tanto por su rebeldía como por su obra, como Picasso, y escritores del 98, como
Pío Baroja, por su actitud, y su color en España, el negro.
Tiene calles en su honor en Oviedo, Ribadesella, Bilbao,
Irún, Rentería, Azuqueca de Henares y Cabezón de Pisuerga (Valladolid).
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